22 noviembre, 2024
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Dólar: semana clave, buscan aval del agro y del FMI

Mejorar la economía y mantener la unidad política de la coalición gobernante. Son las dos claves, o premisas, que manejan en el Palacio de Hacienda.


Por Julián Guarino

Mejorar la economía y mantener la unidad política de la coalición gobernante. Son las dos claves, o premisas, que manejan en el Palacio de Hacienda. La primera es condición necesaria; la segunda, mucho más, sobre todo con vistas a las próximas elecciones de medio término. Relacionada con lo primero, hay una señal de alerta, ya que agosto trajo datos de industria y construcción que muestran un freno en la velocidad de la recuperación. En cambio, y asociado con lo político, aunque siempre atado a las posibles salidas a la crisis financiera (la intermitente y cada vez más distante chance del desdoblamiento y devaluación brusca), existe una hipótesis que será desandada más adelante en esta nota y que circula por los despachos del poder: la presión sobre el dólar puede manejarse en el tiempo si, como parece, se frena la salida de reservas del BCRA, existe soja a valores récord y superávit comercial. En cambio, una disparada de los precios (que sería la consecuencia de devaluar y desdoblar el tipo de cambio oficial en comercial y financiero) puede pegar por debajo de la línea de flotación política a la hora de los sufragios. La experiencia del exministro Alfonso Prat Gay (“creyó que la economía ya había ajustado sus precios al blue”) ha sido la más pronunciada por estos días.

Han sido jornadas difíciles. Lo saben los hacedores de política. Los resultados aún no llegan. Más bien, lo contrario. El presidente Fernández cree que detrás de los números de desempleo y pobreza que difundió el Indec ya existen muchos sectores que se están reactivando. Los despachos de cemento y las ventas de automóviles. La industria trabajando a un 90%. Es lo que dicen lo datos.

Se fue el FMI. Más allá de los rudimentos lógicos que implica la seguidilla de entrevistas con referentes de la escena local (pidieron un panorama lo más amplio posible), lo relevante es que le permitió al Gobierno indagar qué va a pedir Georgieva, además de los 44 mil millones de dólares que se le deben. Y ahí hay algo de alivio temporal. Un referente sindical contó a Ámbito que la sensación que queda es que ambas conducciones, Gobierno y FMI, tienen la delicada tarea de hacerse cargo de algo más grande, decidido con anterioridad por otras administraciones, de lo que ellos no son del todo responsables. En rigor, la revelación (para bien) parece ser la misionera Julie Kozak, una especie de prima hermana académica de Martín Guzmán en esa familia que preside Stiglitz. No es poco teniendo en cuenta que el FMI deberá colegiar las decisiones tendientes a poner un poco de metodología en la maraña de regulaciones que fueron perfeccionando el cepo cambiario iniciado por el inefable Mauricio Macri.

Al margen, hay evidencia que muestra que crece la presión para que el Banco Central devalúe el tipo de cambio mayorista, independientemente de cuál se crea que es el origen de esta escalada. Un desdoblamiento más prolijo que el que existe hoy, una devaluación más pronunciada, la coordinación de esas medidas con el FMI, dinero extra de un nuevo programa, una suba de tasas de interés, todo parece estar, una vez más, en la mesa de discusión. De todas formas, en las últimas horas, la vicejefa Cecilia Todesca se encargó de boicotear cualquier especulación: liberalizar el mercado de cambios, es decir, “que cada uno puede comprar lo que quiera”, no funciona. Para Todesca, una devaluación fuerte hará que los precios aumenten, el salario real caiga y la economía se contraiga todavía más. En resumidas cuentas: que nada sugiere que el tipo de cambio oficial tenga que ir a $150 y que un desdoblamiento, en estas condiciones, no baja la brecha.

La cotización del dólar paralelo viene de pegar un salto de 9 pesos, lo que derivó en un nuevo récord de 167 pesos. Conviene hacer una lectura lo más amplia y transversal posible para no abonar sesgos. En el Gobierno, leen los eventos de la última semana en clave de correlación de fuerzas. Creen que esto evidencia tanto el nivel de especulación en el mercado doméstico como la pulseada de distintos actores de poder económico por forzar debilidad adicional en el peso argentino. Que se busca generar más incertidumbre de forma tal que el Banco Central no tenga otra alternativa que devaluar el tipo de cambio mayorista.

A eso se agrega que los dólares que se negociaron en la Bolsa también trazaron un derrotero alcista, el contado con liquidación llegó a 154,95, una suba de 10 pesos en la semana.

Una alta fuente de Economía dijo que lo que pasó en los últimos días no es nuevo. Las presiones en el dólar financiero comenzaron a escalar hace semanas, cuando dos fondos de inversión importantes, con inversiones en pesos pero queriendo irse a dólares, comenzaron a comprar títulos que pueden usarse para hacer “liqui”, desconfiando de las supuestas licitaciones de dólares que el Gobierno iba a realizar para que pudiesen salir ordenadamente de esa posición. Sin noticias sobre esta última medida, los fondos continúan su salida, no importa cuánto termine arrojando la cotización del billete.

La resultante es que a medida que se hace más importante la brecha cambiaria crecen también los incentivos para no liquidar la cosecha y la demanda de dólares oficiales por parte de los importadores. Un dato acompaña esta apreciación: entre enero y agosto, los importadores pidieron 5 mil millones de dólares más que durante el mismo período de 2019. Y eso que la economía consume mucho menos. Las reservas del BCRA bajan en el año 3.800 millones de dólares y rondan los 41.000 millones de dólares.

La primera semana desde que Guzmán anunció el paquete de medidas no fue buena. El BCRA vendió entre jueves y viernes unos 50 millones de dólares. El agro no vendió gran cosa, pero aparece una luz de esperanza porque hay registros que estarían mostrando algo de reacción: esos dólares llegarían en las próximas semanas. En el medio, Pesce acordó con las empresas privadas un cronograma de adecuación para los pagos de la deuda externa que mantienen éstas con acreedores.

El FMI sirvió de encuestador. Por ejemplo, la UIA le sugirió a Kozak que el Gobierno debía desdoblar, y hacerlo formalmente, entre dos dólares, uno comercial para el comercio exterior y otro que apunte al dólar ahorro, turismo y otras cuestiones. Pero cuando el FMI se encontró con los funcionarios locales, éstos le dijeron que mientras ellos sigan siendo parte del gabinete, no habrá desdoblamiento. Hay capítulos enteros de la historia argentina que demuestran que sólo sirvió para comprar algo de tiempo y que después, las mismas presiones terminaron ajustando todo por el tipo de cambio más elevado. Lo sabe Martín Guzmán, que mira de reojo los datos de inflación y sabe que éste es el número que puede decantar un mal resultado en las elecciones de medio término.

Las tensiones que existen en toda la coalición política pueden dividirse en dos. Por un lado, aquellos que sostienen que solamente hay que consolidar un “puente” que permita llegar a los primeros meses del año próximo para que se descomprima el frente cambiario. Con la soja subiendo a niveles récord, superávit comercial y un tipo de cambio multilateral que en términos reales ya ha superado el que se tenía en 2001, argumentan que hay que atravesar las próximas semanas y listo. En rigor, para edificar ese “puente” se están poniendo en marcha muchas recetas: licitación de instrumentos dólar linked, suba de tasas de los pases, restricciones para compra de dólar ahorro, restricciones para importadores y empresas que quieran cancelar deuda, incentivos al agro para que liquide, reintegros para los que exporten. También el BCRA interviene en la plaza de bonos en el mercado bursátil con la finalidad de achicar la brecha y bajar la presión devaluatoria.

Del otro lado, en cambio, están aquellos que sugieren que el orden cambiario debe comenzar ahora. Entonces jerarquizan las medidas, comenzando por la necesidad de que el BCRA ceda, lenta y gradualmente, a la presión devaluatoria. Luego, agregan que habría que combinar esto con un BCRA más activo en el mercado del “liqui” que permita dar a luz a un “dólar financiero”, es decir, utilizar esa cotización para otros menesteres, por ejemplo, que alguien que tenga dólares en una cuenta bancaria pueda venderlos por home banking utilizando ese valor. Obviamente, existe un sector del empresariado que fogonea el desdoblamiento porque ve en ese esquema la posibilidad de pasarse de andarivel, con la finalidad de aumentar su renta. Al margen, la receta incluye una fuerte suba de la tasa de interés. En este sentido, sostienen que será necesario contar con el aval del FMI, que ponga un marco de credibilidad adicional, sobre todo, para los mercados que le marcan el ritmo al “liqui”.

Ahí es donde entra la ortodoxia económica, que viene reclamando, además, que el Gobierno se pronuncie en una especie de nuevo régimen económico, que se comprometa con el FMI en un camino de “austeridad fiscal”, advirtiendo que habrá menos emisión monetaria en los próximos meses, y que se dejará de lado el IFE y el ATP. También sostienen que hay que olvidarse del “aporte solidario y extraordinario” por considerarlo “confiscatorio”. Consignan que existen falencias a la hora de las señales políticas y que esto debe ser subsanado comenzando por “señales claras”. Claro está que no proponen nada a cambio, desmemoriados de que de alguna forma tiene que financiarse el fisco en un contexto de pandemia y cuarentena, con millones de personas en la pobreza y con fuerte pérdida de los puestos de trabajo. Por caso, con una suba del Impuesto a las Ganancias de las empresas, una reducción de las posibilidades de deducción que trae ese impuesto y una suba de las alícuotas en bienes personales, para empezar.

Por último, el laudo presidencial, que nos pone de nuevo, casi, en el comienzo. Con un escenario económico que pide respuestas, para bien o para mal, Guzmán recibió la bendición albertista. En una entrevista para el sitio El Cohete a la Luna, y ante una pregunta del periodista Horacio Verbitsky, el mandatario señaló que Martín Guzmán, el ministro, es el que “tiene la última palabra” porque “tiene la capacidad de definir la macroeconomía”.

Fue una forma de respaldarlo, pero también de colocar en él las mayores responsabilidades en un momento en el que a la crisis cambiaria se le suma tensión económica por el desempleo, la recesión, la inflación y la pobreza. La pregunta es si Guzmán aprovechará para avanzar algunos casilleros, redefinir colaboradores, trazar plan de salida. En su diagnóstico, el FMI dejó un recado pegado en el monitor de la compu del ministro: “Se necesita un conjunto comprensivo de políticas para respaldar el restablecimiento de la confianza, pero deberá ser apropiadamente calibrado para fomentar la recuperación económica y asegurar la estabilidad macroeconómica”. Eso. Como si fuera algo que olvidó el Gobierno, y no algo que el propio FMI se olvidó de plantear antes de gatillar los u$s44.000 millones.